Querido Bus Sigüenza:
Hoy me he despedido de ti. No ha habido lágrimas ni palabras
de adiós. Ha sido como cada día. Un adiós precipitado y ansioso, las prisas de
una parada. Pero he tenido un segundo para pensarlo, un segundo en el que me he
dado cuenta de que ya no volveré a atravesar tus puertas, a subir tus
escaleras, a cruzar tu pasillo o a sentarme en cualquiera de tus asientos. Me
he dado cuenta en ese segundo también de que ya no veré a esos conductores de personalidades
variables: a la conductora correcaminos; que era capaz de llegar a la
universidad en menos de diez minutos, al conductor de las 19:30 con el autobús
Díaz; ese autobús por el que montones matábamos con miedo a quedarnos fuera y
con ese conductor que sin decir una palabra se notaba que era majo. Recuerdo al
“autobusero” del año pasado, el de las mañanas. Ese hombre bonachón que nos
conocía ya a todos, que nos dejaba subir sin enseñar el carnet y que era capaz
de conducir el autobús que cariñosamente apodé como “camión”. Recuerdo ese
autobús porque era el falso de dos plantas, teníamos que subir arriba pero no
había parte de abajo y parecía que los asientos que debían ir abajo habían sido
metidos a presión en la parte de arriba. No cabía nadie en esos asientos. Pero
se les cogía cariño. Al final esos asientos se hacían cómodos y era un auténtico
placer entrar tras la larga espera al frío en invierno... En realidad ir en ese
autobús era un infierno. Y también era un infierno entrar en otros de la tarde,
cuyos asientos si los echabas para atrás existía la posibilidad de que se
quebraran y te pasabas todo el camino conteniendo el aliento, rezando porque no
cayeras al vacío. No solo temías porque tu cayeras. A veces daba auténtico
terror mirar esa cafetera que nadie entendía muy bien que hacía ahí encima, sin
estar agarrada a nada y brincando con cada obstáculo minúsculo de la carretera.
Esa cafetera con baile endemoniado que se pasaba todo el trayecto desafiando a
la gravedad y poniéndote de los nervios.
También es destacable los microclimas
de los autobuses Sigüenza. Jamás podré olvidar el día caluroso de mayo en el
que subí corriendo a las dos de la tarde al autobús buscando un poco de fresco.
Ilusa. Olvidaba que estaba subiendo a un Sigüenza, los autobuses en los que
todo puede pasar. Estaba la calefacción. No me lo podía creer. No se podía
respirar. Sinceramente ese día pensé que Sigüenza de verdad quería acabar con
nosotros de forma lenta, dolorosa y calurosa. O esos días de invierno en los
que salía aire frío de algún sitio, no me preguntéis de dónde pero salía aire
frío. Suena horrorosa la experiencia de montar en un autobús así ¿verdad? Pues
no, es peor.
¡Pero Sigüenza es así! Y por eso es tan adorable. Me
explicaré. Para valorar las cosas buenas hay que saber de las malas. Sigüenza
nos trata de pena durante todo el curso, pero nos regala momentos únicos… Días
en los que nos recogen con un Mercedes con los cristales tintados y los
asientos de cuero, días en los que llega el Sigüenza Vacaciones con su suelo de
madera y sus anchos asientos, días en los que (oh my god) llega puntual, días
en los que los planetas se alinean y el bus lleva enchufes (*.*), días en los
que sin saber por qué estás igual de cómodo que en tu sofá, días únicos, días
Sigüenza Star.
La relación con Sigüenza es de amor-odio. Me voy, pero no
porque haya ganado el odio. Supongo que lo que ha ganado es el bolsillo, y el
Sigüenza es un dineral. Me voy por eso y porque tengo otras opciones. Me voy
pensando en los días y momentos grandes que me voy a perder en esos autobuses,
pero me voy satisfecha, contenta. Me voy convencida de que es el momento de
irme y feliz por los recuerdos que me ha brindado durante un año y cuatro meses
más o menos. Sí, soy una auténtica ñoña que le saca punta a todo, le doy tanta
importancia a dejar un autobús pero es que reconozcámoslo… Esto no era un
autobús, esto fue, es y será EL SIGÜENZA.
Vídeo de uno de tantos viajes abordo de un Sigüenza...
Vídeo de uno de tantos viajes abordo de un Sigüenza...
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