martes, 17 de diciembre de 2013

Adiós, Sigüenza. Adiós.

Querido Bus Sigüenza:

Hoy me he despedido de ti. No ha habido lágrimas ni palabras de adiós. Ha sido como cada día. Un adiós precipitado y ansioso, las prisas de una parada. Pero he tenido un segundo para pensarlo, un segundo en el que me he dado cuenta de que ya no volveré a atravesar tus puertas, a subir tus escaleras, a cruzar tu pasillo o a sentarme en cualquiera de tus asientos. Me he dado cuenta en ese segundo también de que ya no veré a esos conductores de personalidades variables: a la conductora correcaminos; que era capaz de llegar a la universidad en menos de diez minutos, al conductor de las 19:30 con el autobús Díaz; ese autobús por el que montones matábamos con miedo a quedarnos fuera y con ese conductor que sin decir una palabra se notaba que era majo. Recuerdo al “autobusero” del año pasado, el de las mañanas. Ese hombre bonachón que nos conocía ya a todos, que nos dejaba subir sin enseñar el carnet y que era capaz de conducir el autobús que cariñosamente apodé como “camión”. Recuerdo ese autobús porque era el falso de dos plantas, teníamos que subir arriba pero no había parte de abajo y parecía que los asientos que debían ir abajo habían sido metidos a presión en la parte de arriba. No cabía nadie en esos asientos. Pero se les cogía cariño. Al final esos asientos se hacían cómodos y era un auténtico placer entrar tras la larga espera al frío en invierno... En realidad ir en ese autobús era un infierno. Y también era un infierno entrar en otros de la tarde, cuyos asientos si los echabas para atrás existía la posibilidad de que se quebraran y te pasabas todo el camino conteniendo el aliento, rezando porque no cayeras al vacío. No solo temías porque tu cayeras. A veces daba auténtico terror mirar esa cafetera que nadie entendía muy bien que hacía ahí encima, sin estar agarrada a nada y brincando con cada obstáculo minúsculo de la carretera. Esa cafetera con baile endemoniado que se pasaba todo el trayecto desafiando a la gravedad y poniéndote de los nervios. 

También es destacable los microclimas de los autobuses Sigüenza. Jamás podré olvidar el día caluroso de mayo en el que subí corriendo a las dos de la tarde al autobús buscando un poco de fresco. Ilusa. Olvidaba que estaba subiendo a un Sigüenza, los autobuses en los que todo puede pasar. Estaba la calefacción. No me lo podía creer. No se podía respirar. Sinceramente ese día pensé que Sigüenza de verdad quería acabar con nosotros de forma lenta, dolorosa y calurosa. O esos días de invierno en los que salía aire frío de algún sitio, no me preguntéis de dónde pero salía aire frío. Suena horrorosa la experiencia de montar en un autobús así ¿verdad? Pues no, es peor.

¡Pero Sigüenza es así! Y por eso es tan adorable. Me explicaré. Para valorar las cosas buenas hay que saber de las malas. Sigüenza nos trata de pena durante todo el curso, pero nos regala momentos únicos… Días en los que nos recogen con un Mercedes con los cristales tintados y los asientos de cuero, días en los que llega el Sigüenza Vacaciones con su suelo de madera y sus anchos asientos, días en los que (oh my god) llega puntual, días en los que los planetas se alinean y el bus lleva enchufes (*.*), días en los que sin saber por qué estás igual de cómodo que en tu sofá, días únicos, días Sigüenza Star.

Es curioso que en tan sólo 20 minutos de trayecto se puedan vivir tantas cosas. En un Sigüenza he reído más que nadie, pero también he llorado. En un Sigüenza creo que he llegado a vivir momentos realmente difíciles, pero también me ha servido de consuelo subirme a él, sentarme sola, ponerme música y abrazada al asiento mirar por la ventanilla. En un Sigüenza también me he expresado de muchas formas. He tenido conversaciones muy complicadas entre sus paredes, conversaciones a veces secretas entre nombres falsos como Ana y Jose…, conversaciones que han acabado decidiendo muchas cosas, y también momentos de calma como dormirte en el hombro de un amigo y él en el tuyo, en paz. En los Sigüenzas también ha habido peleas y gritos, pero ganan las carcajadas por goleada. Podías tener un mal día y que en ese autobús por el comentario de un “desconocido” todo el día cambiara. Digo “desconocido” entre comillas porque a lo mejor no sabes el nombre de ninguno de los que cada día te acompañan, pero al final es como si fueran colegas de toda la vida y no hace falta llamar a nadie por su nombre para compartir unas risas o quejarse juntos.


La relación con Sigüenza es de amor-odio. Me voy, pero no porque haya ganado el odio. Supongo que lo que ha ganado es el bolsillo, y el Sigüenza es un dineral. Me voy por eso y porque tengo otras opciones. Me voy pensando en los días y momentos grandes que me voy a perder en esos autobuses, pero me voy satisfecha, contenta. Me voy convencida de que es el momento de irme y feliz por los recuerdos que me ha brindado durante un año y cuatro meses más o menos. Sí, soy una auténtica ñoña que le saca punta a todo, le doy tanta importancia a dejar un autobús pero es que reconozcámoslo… Esto no era un autobús, esto fue, es y será EL SIGÜENZA. 
                             
Vídeo de uno de tantos viajes abordo de un Sigüenza...

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